Escribía Antonio Aspiazu, director general de Temporalidades, (que era la institución gubernamental que administraba las haciendas que el Rey de España confiscó (Quito) a los Padres Jesuitas en 1767), “Cristóbal de la Trinidad ha causado mucho perjuicio a los demás esclavos que han seguido su mala doctrina”.
Evidentemente juzgaba de arriba para abajo, desde el que tenía el poder, hasta en contra de el que no lo tenía. Olvidaba que la protesta de los negros de la Concepción de 1785, había creado una conciencia entre los esclavos, que ha ido fortaleciéndose, a pesar de prohibiciones y castigos de todo tipo.
Las autoridades los acusaban de rebeldes. Los dueños reclamaban que fueran expulsados de sus territorios, para evitar que incentivaran a otros esclavos. Frecuentemente estos esclavos, que tenían una fuerte personalidad y una profunda convicción, dirigían las protestas y reivindicaciones, guiaban las delegaciones y se hacía aceptar como mediadores privilegiados.
Su acción se manifestaba ante todo en la familia, extendiéndose de ahí a toda la hacienda y al mismo sector, como mediadores privilegiados.
Su acción se manifestaba ante todo en la familia, extendiéndose de ahí a toda la hacienda y al mismo sector, como sucedió en San Buenaventura y en Santiago en 1789. Naturalmente, siempre había un grupo de esclavos que por diferentes motivos estaban del lado del patrón y siempre dispuestos a denunciar y hasta castigar a sus propios compañeros, para conservar una posición de capataces u otros privilegios. Las mujeres no fueron extrañas a este proceso como Ignacia y Toribia Quiteño, respectivamente en 1778 y 1785.
El combate por la dignidad humana ya no era ocasional, sino una lucha continua, hasta conseguir su propia libertad, en particular desde los últimos decenios del siglo décimo octavo.
¿Cuál era la situación de los esclavos en carpuela por 1780?
En la hacienda según las declaraciones de los administradores y de los capataces todo marchaba bien. Por ejemplo, el capataz Bernabé Lucumí, declaraba que los negros de Carpuela no tenían ningún motivo para quejarse. Lo mismo decía su colega, Bacilio Congo. En la práctica querían demostrar que en cuanto a alimentación, vestido y castigos, todo seguía como en la época de los Jesuitas. Los esclavos casi siempre manifestaron que fue cuando mejor los trataron. Más bien, los dos capataces criticaron a los administradores anteriores, que ya no estaban. Decían que Hartman, un antiguo administrador, por cualquier motivo imponía hasta 200 golpes de látigo.
Protesta de Don Cristóbal de la Trinidad
Estando así las cosas, ¿por qué protestaba Cristóbal de la Trinidad? En esa época se había creado una situación especial, pues el porcentaje de personas ancianas era relativamente alto y el trabajo obligatorio, aunque fuera moderado, se volvía física y moralmente insoportable.
Contrariamente a la opinión de mayordomos y administradores, Cristóbal de la Trinidad puso su denuncia, como hombre viejo, enfermo y esclavo de la hacienda de Carpuela, que todavía pertenecía a Temporalidades. El afirmaba que le era imposible cumplir con las tares de los otros esclavos y hasta ir al trabajo, porque sufría de la vejiga. Para probarlo pidió un examen médico. El director general de Temporalidades, el citado Antonio Aspiazu, cargó a la cuenta de Carpuela los gastos. El 23 de Agosto de 1790 le obligó a regresar a su puesto de trabajo lo más rápido posible, bajo la amenaza de ser castigado como fugitivo y vagabundo.
Cuando llegó a la hacienda, Cristóbal de la Trinidad fue enviado a trabajar al trapiche. Esto le afectó todavía más la salud.
Volvió a presentar su reclamo el 15 de julio de 1791, para que lo liberaran de todos los trabajos y lo dejaran vivir libremente con su mujer en la hacienda. Lo que fue concedido, pero sin darle su ración de víveres, a lo que Cristóbal de la Trinidad contestó: “que me dejen vivir libremente en la referida hacienda con mi mujer, aunque sea alzando dicha contribución”.
Sin embargo no es justo, que a un viejo como yo, se le quite la ración y muera de hambre. El administrador Salvador Fernández tenía sus motivos, porque el sabía que: “Cristóbal de la Trinidad, esclavo de la Hacienda de carpuela desde el tiempo del Administrador Don Jerónimo Hartman, ha sido conocido por negro altivo y dominante, turbador de la paz con toda la gente de la hacienda, por cuyo motivo el expresado administrador lo quitó de ella y lo pasó a la de Tumbaviro, después de haberlo castigado por mucho tiempo.”
Matrimonio con la rebelde Bernarda Loango o Grijalva
El administrador Aurrecoechea en su tiempo para tranquilizarlo lo casó con Bernarda Loango, mulata libre de la cual todo el mundo conocía la supuesta “perversidad” y por eso temida en toda la jurisdicción de Ibarra. Pero esta alianza “empeoró las cosas”. Bernarda era una mujer fuerte y decidida, que no aguantaba callada los atropellos y las injusticias. En una ocasión manifestó toda su rabia y rebeldía incendiando el trapiche, que costó una gran inversión de dinero para el patrón. Y fue hábil que nadie logró recoger pruebas suficientes para condenarla y quedó como sospechosa.
De hecho atacó al amo y al sistema esclavista en los medios de producción y por donde era más sensible o sea, en lo económico. Llevó a cabo un auténtico sabotaje económico, que fue una de las formas empleadas por los esclavos en América para vengarse de los esclavistas.
En fin, es importante descubrir el interés y la solidaridad de los negros y mulatos libres por sus hermanos esclavos.
Levantamiento de los esclavos en carpuela, al mando de Don Cristóbal.
Recordamos que el administrador Fernández Salvador, tuvo enfrentamientos directos con Cristóbal. Este una vez invadió su casa, encabezando un grupo de negros, exigiendo que fuese despedido el mayordomo José Madrid. Se quejaba no sólo de su comportamiento irresponsable sino también porque era una persona mal vista por los esclavos. El administrador no se dejó amedrentar por la medida de hecho. Hizo capturar a Don Cristóbal. Lo trasladaron a la prisión de Ibarra, en la que permaneció bastante tiempo.
La edad y la fatiga no mermaron el espíritu de lucha de este viejo luchador. Consiguió directamente del presidente Don Juan Antonio Mon y Valverde un decreto, que lo dispensaba de los trabajos pesados, en espíritu de las disposiciones dadas por la Cédula Real de 1789.
Se presentó al mayordomo de carpuela pretendiendo que la decisión tenía valor para todos los ancianos y ancianas efectivamente le reservó las tareas más livianas. Pero esto no satisfizo a Cristóbal de la Trinidad. El 15 de Julio de 1791, presentó una segunda demanda, en la cual pedía la protección de los esclavos ancianos, que tenían derecho de ser exonerados de los trabajos no aptos para su condición.
La decisión efectivamente fue tomada en Quito el 16 de Julio de 1791.
Don Cristóbal, para las autoridades ya constituía un rompecabezas. A este punto estaban decididos a venderlo a cualquier precio. Si nadie quería comprarlo, habría sido mejor liberarlo y dejarlo ir donde él quería.
Todavía no se había tomado una decisión definitiva, cuando Bernarda Loango o Grijalva, la esposa, presentó una súplica el 5 de Noviembre de 1791: “Se ha de servir Vuestra Señoría mandar se le notifique al mayordomo de la referida hacienda, me deje vivir en unión conyugal con mi marido y que a este inhumana y cruelmente no se le maltrate, pues si no sale al trabajo es porque sus enfermedades se lo embarazan”.
Esta demanda provocó la indignación de Fernández Salvador, el cual recordó la falsedad de las acusaciones, que habían hecho Cristóbal y su mujer, sobre las muertes de dos esclavos, que habría cometido el mayordomo José Madrid, que más tarde fue declarado inocente por la investigación.
La Libertad para Don Cristóbal
Fernández frente a las exigencias de que se aligerara el trabajo a todos los que tenían más de 60 años, ordenó quitarle la ración de alimentos a todos lo que no trabajaban. En particular dijo de Cristóbal que : “su objetivo es andar vago, hacer viajes seguidos a Quito, resistiendo una ocupación, que la tomarían mucho libres por descanso en su ancianidad”.
Pensándolo bien en lugar de mantener este perpetuo agitador, que valía solamente 80 pesos (un buen esclavo promedio valía de 350 para arriba), habría sido menos perjudicial que le concedieran la libertad.
A la misma conclusión llegó también el director general de Temporalidades Antonio de Aspiazu, aunque estaba convencido de “que… este esclavo de la hacienda de Carpuela, Cristóbal de la Trinidad ha sido el más perverso, soberbio y altanero de cuantos tienen los trapiches de Temporalidades en continua inquietud, ha causado muchos prejuicios en los demás esclavos que seguían su doctrina…”
Efectivamente el 4 de enero de 1792, la Real Audiencia le concedió la manumisión y la libertad de vivir donde mejor le pareciera. Pero le prohibieron volver a pisar la hacienda de carpuela, bajo la pena de 15 días de cárcel a la primera desobediencia y si reincidía, lo habrían condenado a prisión perpetua.
¿Qué nos dicen a nosotros hoy don Cristóbal y Doña Bernarda?
En conclusión, Cristóbal de la Trinidad fue un auténtico líder, que motivaba la conducta de los suyos. Se puso al servicio de sus hermanos en cada etapa de su vida, adaptando su lucha a sus propias fuerzas, no tanto por un fin de egoísmo, sino por el bien común. Su mismo enemigo declarado, Fernández Salvador, tuvo que reconocer y tuvo que ceder delante de su combatividad y constancia.
Ya debilitado, al punto de haber sido valorado en una suma ridícula, todavía le tenían miedo y no querían ni siquiera ver en las tierras de Carpuela a esa “pareja rebelde”, compuesta por un viejo negro esclavo y una mujer negra libre, pero motivados al punto de llegar a ser el símbolo de una resistencia tenaz, sin falla, ante la exagerada explotación. No podemos dejar de reconocer que esta manifestación tenia una sorprendente dimensión de actualidad
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